Mentiras íntimas y el orgullo que nos protege
Cuando el autoengaño se disfraza de fortaleza
Aviso al lector
Este texto aborda experiencias de llanto, autoengaño, orgullo y confrontación interior desde una mirada consciente y no sensacionalista. Lee con calma y respeto hacia tu propio proceso emocional.
Texto principal
Hace poco una amiga me pidió que escribiera sobre este tema y, curiosamente, el día de hoy me sorprendí a mí misma atrapada en una mentira profunda. Una de esas que no se dicen en voz alta. Me tuvo triste todo el día. Lo confieso: lloré.
Tenía tiempo sin hacerlo. Me había repetido que no podía, cuando en realidad solo estaba intentando evadir el dolor. Desde que somos bebés aprendemos a hacerlo: llamar la atención para obtener lo que necesitamos. Es una forma de protección y supervivencia. Sin embargo, en la adultez, ese mecanismo suele dañarnos más de lo que nos cuida.
Creer que no mentimos es, paradójicamente, la primera mentira que nos decimos.
Recuerdo que, años atrás, antes de mi separación, pedí ver a un amigo muy querido porque estaba desesperada. Para lograrlo, tuve que decir una mentira. Aquello me generó una culpa enorme. Cuando se lo confesé, me respondió con una serenidad que nunca olvidé:
“Todos mentimos, Niky. Nadie se salva. El que dice que no miente, miente más que nadie. Es una forma de sobrevivir. Si todos dijéramos siempre la verdad, muchos no lo soportarían. Guardamos demasiadas cosas dentro”.
Días después, me separé.
Esa conversación me dejó una enseñanza profunda. A veces decimos a los demás lo que desean oír. El problema comienza cuando nos mentimos a nosotros mismos para acallar el dolor. Esas mentiras pueden calmarnos momentáneamente, pero después hay que aprender a detectarlas. Hay que acecharlas con atención.
El orgullo está íntimamente ligado a estas mentiras. Construimos imágenes de quiénes somos y de cómo “deberían” ser las cosas. Cuando la realidad no encaja, preferimos sostener la imagen antes que aceptar lo que es. Así nace la máscara.
El orgullo no es fortaleza: es un amasijo de mentiras acumuladas.
Nos decimos que no somos cobardes, que no vale la pena luchar, que el error es del otro, que aquello no era para nosotros. Cada mentira se sostiene con otra nueva. Y cuando aparece el dolor, volvemos atrás, revisamos, y construimos una más.
Las tradiciones que hablan de libertad interior coinciden en algo esencial: el ser humano comienza a ser libre cuando se reconoce mentiroso. Cuando detecta y desmonta sus propias mentiras. Entonces deja de necesitar escudos.
El dolor es inevitable. Evitarlo solo lo posterga y lo intensifica.
A esto, algunos lo han llamado honor. No como opuesto a la vergüenza, sino al orgullo. Una persona con honor no necesita máscaras. Respeta porque sabe que herir al otro es herirse a sí misma. No se esconde, porque entiende que no hay batalla más compleja que enfrentar los propios miedos.
Llegué desnuda a este mundo y desnuda me iré. No puedo poseer nada sin caer en la ilusión. Solo puedo ser y estar en este instante. Cada segundo es único e irrepetible.
Como sé que una flor aplastada no vuelve a su forma, procuro no aplastarla. Su belleza acompaña mi camino. Y esa alegría —breve, consciente, presente— es mi mayor tesoro.
Ese segundo ya terminó. Y aquí estoy, de nuevo, eligiendo.
✍️ NOTA DE LA AUTORA
Este texto es una versión revisada y adaptada de una columna escrita originalmente por Nicté Bustamante (Nykte) y publicada en 2010 en SDP Noticias.
La versión original puede consultarse aquí:
👉 http://sdpnoticias.com/sdp/columna/nicte-bustamante-nykte/2010/07/11/1076292
Esta adaptación forma parte del proyecto editorial El 7 de Nykte – La Flor del Conocimiento, como una reflexión consciente sobre el autoengaño, el orgullo y la libertad interior.
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El 7 de Nykte – La Flor del Conocimiento
Claridad para quien está listo para mirarse.
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