Las tres plumas de la combi
Suelo elegir el asiento delantero de la combi. Tal vez sea una pequeña manía, una especie de privilegio imaginario para evitar los asientos traseros diseñados para tres… donde siempre caben cuatro.
Aquella mañana me tocó sentarme junto al chofer, un joven amable con el que, sin saber cómo, terminé hablando del tráfico. La combi avanzaba a paso lento, casi contemplativo. Diez kilómetros por hora pueden dar para muchas conversaciones.
Hablamos de carreteras cerradas, de carriles que parecen estacionamientos y, curiosamente, del drama universal que surge cuando el tráfico se combina con una urgencia fisiológica. Para el pasajero es sencillo: se baja y resuelve. Para el chofer, no tanto.
Con una honestidad entrañable, me contó que una vez, sorprendido por un tráfico eterno y con el estómago en franca rebelión, tomó una decisión heroica: detenerse en una gasolinera. Avisó al pasaje que tenía un apuro y les dio la opción de esperar o subir a otra combi. En decisión unánime, lo esperaron.
La charla siguió. Me habló de su hija de siete años —orgulloso me mostró su foto— y de cómo decidió vender su motocicleta cuando notó que a la niña comenzaba a gustarle demasiado. Reímos. No es lo mismo “hacer” que “ver hacer” a los hijos.
Luego vino la historia más curiosa. Tiempo atrás se había separado de su esposa y, en medio del duelo, comenzó una relación con una joven cuyo padre tenía empresa. El noviazgo avanzó y un día el suegro le ofreció trabajo: un sueldo generoso, casa, coche… todo lo que suele parecer inalcanzable. El único requisito: firmar el acta de matrimonio.
Dudó. Quería a la chica, pero no estaba listo para casarse. Aun así, un día decidió aceptar. Sin ceremonia, solo contratos y plumas. La primera no escribía. La segunda tampoco. La tercera funcionó… y justo cuando iba a firmar, sonó el teléfono.
Era su hija. Su mamá y ella no habían comido por un conflicto familiar. Algo se detuvo en ese instante. El suegro, al comprender la situación, le dio la mano y le dijo: “También soy papá”. El contrato no se firmó. Tampoco llegaron los beneficios prometidos.
Días después regresó con su familia. Hoy viene otro bebé en camino y él sigue manejando esa combi.
En medio de la historia escuché: “¡Me bajo en Coppel!”. Sonreí. Yo también.
Mientras caminaba, pensaba en las tres plumas. Me pregunté por qué tantos hombres cuentan historias donde una mujer rica pudo haberlos hecho millonarios. ¿Será verdad? ¿Será imaginación? No lo sé. Lo único cierto es que un par de horas de tráfico se volvieron ligeras gracias a una historia compartida en el asiento delantero.
Disfruten el viernes. Y, por favor, no beban demasiado.
✍️ Nota de la autora
Este texto es una versión revisada y actualizada de una columna escrita originalmente por Nicté Bustamante (Nykte) y publicada en 2010 en SDP Noticias.
La versión original puede consultarse aquí:
👉 http://sdpnoticias.com/sdp/columna/nicte-bustamante-nykte/2010/04/30/1036304
Esta adaptación forma parte del proyecto editorial El 7 de Nykte – La Flor del Conocimiento, como parte de la evolución natural de mi pensamiento y mi voz.
Si este texto resonó contigo, quizá sea momento de escucharte con más claridad.
Acompaño procesos de reflexión y toma de decisiones desde una mirada consciente, práctica y profundamente humana.
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El 7 de Nykte – La Flor del Conocimiento
Claridad para quien está listo para mirarse.

No entiendo en qué se relaciona con el blog, pero independientemente de eso me has hecho reír mucho. Gracias por compartirlo.
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