La disciplina de la sonrisa
Un día miraba un árbol y me pregunté si podría ser feliz. Caminando por la calle observaba los rostros de las personas, buscaba una señal, una mueca de tranquilidad que reflejara felicidad. Pero encontraba preocupación, pensamientos absortos, sonrisas ligeras y fugaces, discusiones, prisa. No veía esa serenidad profunda que asociamos con estar bien.
Decidí entonces buscarla en mí. Me miré al espejo y tampoco la encontré.
Comencé a forzar mi risa. Obligaba a las comisuras de mis labios a subir, intentando provocar aquello que no sentía. El gesto era tan torpe y exagerado que terminé riendo de mí misma. En ese instante, algo se rompió. La risa fluyó, atravesó el cuerpo y, por un momento, la tristeza perdió su dominio.


